La misión de las mujeres es que no salgas nunca de casa. Quieren convertirte en una masa de carne sin polla de la que mane dinero. Y, una vez que lo han conseguido: formar una familia sobre esa masa de carne. La misión del hombre es sembrar su semilla por todas las vaginas del mundo. Ambas misiones chocan entre sí. Es lo que se llama la “guerra de sexos”. Algunas veces, algunos hombres, ceden. Porque una gran mujer ha jugado perfectamente su partida, le ha practicado un lavado de cerebro y ha dejado al hombre estúpido, sin saber bien que tierra está pisando. Entonces, ese hombre, se convierte en un infeliz. Porque irremediablemente, despierta. A lo largo de mis casi 35 años he conocido a muchos hombres. Buenos y malos. Grandes hombres y pobres hombres. Violadores y directores de periódicos. Todos ellos me han dicho que han engañado a sus mujeres. Y el que no lo ha hecho me ha dicho:
-Estoy deseando hacerlo, pero estoy tan gordo que me da vergüenza insinuarme a una mujer.
Todos los hombres casados llevan vidas hipócritas. Todos los gordos quieren adelgazar.
También he conocido a muchas mujeres infieles. Casi tantas como hombres. Pero todas, todas las que he conocido han confesado y he visto en sus ojos, que lo más desean, es encontrar a su príncipe azul y formar una familia. Ser mujeres respetables. He visto a muchas de ellas formando una familia, peleando por la relación y siendo fieles a auténticos hijos de putas que hasta les pegan. Yo entiendo porqué existe la violencia de género: porqué los hombres pegan a las mujeres. Es por la guerra de sexos. Ellos quieren ser libres, ellas quieren encadenarlos y chuparles la sangre y la cuenta bancaria. Una mujer, una vez que empieza a chupar, nunca tiene suficiente. Parte de la culpa la tiene esta sociedad capitalista que siempre nos hace desear tener más cosas. El maltratador, impotente, pega a la mujer porque no puede más. Su estúpida mente no le deja en paz porque por culpa de su educación judeocristina “ha de tener a una mujer”. Pero tener una sola mujer le hace infeliz. Porque tener una sola mujer hace infeliz a cualquiera. No puede con ella ni sin ella. Se droga, se emborracha o, simplemente, se vuelve loco. Y por eso hay tantos crímenes y palizas a mujeres.
Por haber leído toda la colección de “El Capitán Trueno” yo jamás he pegado a una mujer e incluso me han inflado la cara por defender a una a la que estaban metiendo mano sin su consentimiento. Detesto la violencia y si no me trago nada el rollo de que somos personas civilizadas es porque nunca he visto que se haya llegado a un importante acuerdo sin tener una guerra de por medio. El estado natural del ser humano es estar en guerra. Y el que diga lo contrario, es que no sabe nada de historia.
Yo soy pacifista y me dejo llevar por la madre naturaleza. Siempre que he podido he follado sin preservativo. Siempre que he tenido ocasión para sembrar mi semilla dentro de una bella mujer lo he hecho sin dudarlo. Que me cuelguen por eso si quieren. Cumplía órdenes. Nadie que esté sano puede resistirse a las piernas abiertas de una guapa mujer. Y no sientes que te has follado bien a una mujer hasta que le echas la leche dentro. Joder, aun en casa, encerrado, escucho sus cantos de sirena para que salga y me las folle. Claro que me siento culpable por haber puesto los cuernos a mi novia. Pero no es culpa mía. La base de la vida se centra en ese momento: la procreación. Que la mujer sea sabia y serena para que pueda cuidar de la semilla que el cabrón del hombre le ha colado dentro, en un descuido. Que pidan a un hombre casado que deje de desear a otras mujeres, es cómo si le pidieran que deje de respirar.
Yo estoy tratando de dejar de respirar. Mi novia se enteró de mis infidelidades, justo cuando estaba embarazada de mí, y le hice mucho daño. La vi rota, en el suelo, llorando. Y decidí ir contra mi natura. Porque mi novia, físicamente, se parece mucho a mi madre, muerta por malos tratos a manos de mi padre. En ese momento, cuando vi a mi novia en el suelo comprendí que también era mi madre. Que era mi oportunidad para salvar a mi madre. Que era mi oportunidad de alejarme de mi padre. De dejar de ser su hijo. Hacer que mi madre tuviera una vida perfecta. Si mi novia no tuviera un físico tan parecido al de mi madre, le seguiría poniendo los cuernos. Pero decidí, en ese momento en que estaba matándola a disgustos, hacer que una mujer lo consiguiera por una vez en la historia de la humanidad. Que mi novia fuera la única mujer del mundo al que su novio no quisiera ponerle los cuernos. Y dejé de ponerle los cuernos. Engordé todo lo que pude. Y me ayudó el destino, en una discusión el orgullo me pudo, dejé el periódico en el que trabajaba y quedé sin ingresos. Así que, ninguna mujer en su sano juicio, querría acercarse a mí.
Lo segundo (o primero) para hacer a una mujer feliz es que tengas dinero (si ella no lo tiene, como es el caso de mi novia, que es mileurista). Por eso, por el dinero, para darle la vida que deseaba, aquella noche decidí, quedarme en la casa del señor francés, comerme el estupendo plato combinado que me había preparado la vieja de la cocina, volver a llamar a mi novia para tranquilizarla y hacerle ver de una vez que había conseguido un trabajo increíble y que, por ella y por el hijo que soñábamos tener, me quedaría:
-Hoy no me crees, pero ya verás cielo –le dije- que mañana sí lo harás. Te llevaré fotos, haré videos con mi cámara de fotos digital de esta casa y de mi trabajo, pero sobre todo te llevaré el dinero al final de mes. Eso te hará feliz.
-¿Con qué puta estás? –me gritó- ¿Por qué me haces esto?
-Con nadie amor. Ya lo verás.
Y colgué el teléfono, tranquilo. El tiempo le haría ver.
Pero no había tiempo. Ella estaba desiquilibrada por mi culpa. Se tiró por la ventana. Y su bello cuerpo, con las mejores tetas que he visto, se partió en el impacto contra el suelo.
Lo supe, al día siguiente.
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