De tanto combatir dragones acabas convertido en uno, dijo Nietzsche. Este es un tema muy caro para mí. Por eso, este post lo cambié como cinco veces antes de publicarlo. Había escrito algo de manera confesional, con mis búsquedas sobre su arquetipo universal siguiendo a Jung (incluso para él era difícil precisar su significado); otra vez, con las conversas coincidencias –desde niño- de cuando los encontraba retratados en los lugares más insospechados, queridos y temidos; o también en sueños donde los dragones subvertían las fronteras entre lo onírico, la vigilia, la pesadilla, el desdoblamiento, la duermevela y la alucinación.
Pero prefiero empezar con un panorama universal de estos seres fantásticos que han ocasionado diversas reacciones en la ciencia, desde quienes como Carl Sagan en su libro “Los dragones del Edén” los consideró reminiscencias de dinosaurios. Hasta zoólogos como el famoso Desmond Morris, el mismo de “El mono desnudo”, quien escribió: En el mundo de los animales fantásticos, el dragón es único. Ninguna otra criatura imaginaria ha aparecido en una variedad tan rica de formas. Es como si alguna vez hubiese habido una familia completa de diferentes especies de dragones que existieron realmente, antes de que se extinguieran misteriosamente. De hecho, todavía en el siglo XVII, los eruditos escribían sobre los dragones como si se tratase de un hecho científico, y anotaban datos sobre su anatomía e historia natural.
Los primeros dragones fueron los que se emparentaban con las serpientes, asociados a los cauces de agua, con cuernos y bocas de lagartos. Siguiendo a Karl Shuker, uno de los expertos más destacados en draconología, la esencia de su origen, más que del fuego, venía del agua.
Los más famosas son el Leviatán bíblico del libro de Isaías, el de Lambton en Inglaterra, el gwivre que provocaba epidemias en Francia y la gargouille, que expulsaba cataratas de las fauces y que inspiró las figuras de las gárgolas de catedrales como Notre-Dame, por ejemplo. También los lindorms de Europa central, que devoraban esqueletos en los cementerios y vulneraban las iglesias. Del mismo modo estaba la amphisbaena, una serpiente-lagarto de dos cabezas; en los bestiarios medievales se detallaban sus propiedades medicinales (su piel podía servir de protección durante el embarazo). Igual en el antiguo Egipto aparecía Apep o Aphofis, el dios serpiente-dragón del caos y la oscuridad, quien intentaba tragarse la Barca del Sol del dios Ra cuando transitaba por el inframundo.
Este último caso es paradigmático, porque si hay una constante importante en los mitos es que siempre están asociados con un héroe que debe vencerlos en el transcurso de sus pruebas divinas: como sucede con el dios Thor y la serpiente de Midgard, con el romano Régulo y el Gigante Serpiente Cartaginense, Perseo frente al dragón de Poseidón, Beowulf contra Grendel, Siegfried y el dragón Fafnir, el babilónico Marduk contra Tiamat, Hércules contra la Hidra, un dragón de múltiples cabezas. Y hasta Kami, la divinidad del Shinto japonés, mató a un dragón; el hindú Indra derrotó a la serpiente dragón de Vritra; y sir Lancelot, el caballero de la Mesa Redonda, tuvo que asesinar al dragón que asolaba el reino de Pelle.
La alquimia ofrece respuestas metafóricas: los dragones representan el metal base no transmutado, y el héroe que busca vencerlos -esto se dice en el “Tratado de la Piedra Filosofal”, de Lambsprinck, de 1677-, representa al alquimista intentando transmutarlo.
La raza más parecida a cómo nos imaginamos un dragón hoy es el wyvern; incluso su figura ha inspirado cuadros en que es el arcángel Miguel quien lo vence con su espada celestial. La evocación del dragón que expele fuego, con alas de murciélago y garras de felino, se incorporó al cristianismo como símbolo del Maléfico. Por eso, es tan famosa también la imagen de San Jorge –como un héroe mitológico- derrotándole.
El dragón se hizo entonces inseparable del cristianismo. Andrés Paez y Horacio Moreno en su “Tratado universal de dragones” abordan el tema de la Orden del Dragón, que como los Templarios fue creada en 1408 por Segismundo, emperador del Sacro Imperio Romano Germano. El dragón siempre ha estado asociado al apocalipsis y a los ángeles caídos, los hechos de las cruzadas aumentarían esa leyenda: a esta orden perteneció un señor feudal llamado Vlad, quien tomó el apelativo de “Dracul”, un término que venía de la raíz latina: draco, que significaba dragón. Por eso, su hijo, el sanguinario empalador, que dio origen al mito del vampiro de Transilvania, se hizo llamar Drácula: el hijo del dragón.
No solo la perversión de la sangre representó. También la demonizada pulsión de fuego sexual reflejada, por ejemplo, en la historia de Santa Margarita, que fue devorada por el diablo disfrazado de dragón, y que salió ilesa de su vientre (esto da para una lectura psicoanalítica).
Sin embargo, por denostarlos se ha impedido apreciar su belleza erótica, como dice “El Gran Libro de los dragones” de la Secreta y Ancestral Sociedad de Draconólogos, donde se describen sus hábitos sexuales: Al igual que el ave del paraíso de Nueva Guinea, el dragón macho atrae a la hembra construyendo un vistoso ‘nido’ generosamente adornado con toda clase de gemas. A menudo, el macho intenta ganarse el favor de la hembra ofreciéndole una piedra preciosa especialmente deslumbrante.
Pero es tan fuerte el estigma de los draconicidas, que en una entrevista Hania Czajkowski, autora del libro “Una heroica cruzada al reino de las hadas y los dragones” me dijo que era el símbolo del miedo: No podemos manifestarnos con todos nuestros impulsos no redimidos teológicamente, es decir no sanados ni iluminados, esas partes oscuras dentro nuestro, son esos dragones.
Hasta aquí hemos llegado a como se ven en Occidente. Por eso, pienso que el estudio más grande de las relaciones místicas, sociales y hasta políticas entre Oriente y Occidente debería incluir el símbolo del dragón. Porque mientras en Occidente es ese arquetipo asociado a la zona negra del inconsciente que solo se ilumina con el fuego destructor, en Oriente puede ser benévolo, protector, fecundo y sabio: el lung. En China existe el dragón caballo de color amarillo (un mensajero divino que reveló los trigramas del I-Ching), el dragón lung wang o rey dragón y el dragón de trueno (con piel de obsidiana y que solía transformarse en un niño heroico).
Borges narraba: Durante siglos, el Dragón fue el emblema imperial. El trono del emperador se llamó el Trono del Dragón; su rostro, el Rostro del Dragón. Para anunciar que el emperador chino había muerto, se decía que había ascendido al firmamento sobre un dragón. Los de China, pues, eran protectores de tesoros, sobre todo de la dracontia, una perla que otorgaba poder y salud.
En el budismo y en el hinduismo se les conoce con esa propiedad de custodios naturales y de las supremas enseñanzas –muy fieles, muy coléricos-: como nagas. En Japón es famoso el benefactor dragón blanco y el hai rayo o dragón pájaro.
En la literatura el mejor ejemplo del complejo espíritu de los dragones es la obra de la anarquista Ursula K.LeGuin, en su serie de Terramar, donde conviven las cosmovisiones occidentales y orientales. Y les recomiendo de intenso corazón el libro “Tras el diente del dragón” de Michael Green, que sospecho es el mismo productor misterioso de la serie norteamericana “Héroes”.
Y, por esto, la mejor versión de los últimos tiempos sobre la sabiduría del dragón se da en esa buenísima serie, “Héroes”, con el mito de Takezo Kensei y el Dragón de la Montaña Kiso. Al final uno aprende sobre la máxima ofrenda que solicita un dragón a cambio de su sabiduría: el corazón. Pero que no es lo mismo a un pacto con el diablo sino a –con desapego y entrega final a la iluminación- transmutar el corazón temeroso mortal en un eterno y heroico Corazón de Dragón.
Para hacer amistad o domar uno de estos animales mágicos –lo dice alguien que es dragón de fuego en el horóscopo chino y tibetano- es necesario descifrar la adivinanza o el acertijo que te proponga al estilo de una Esfinge. Pero es tan peligroso que solo se los recomiendo a quienes tengan conexiones con ellos de grandes maestros.
Si hay algo que me atrapa son los estudios arqueológicos de “animales crestados” como dragones en toda América. Los de los mayas llenarían una biblioteca de arena. En el Antiguo Perú, se encuentran en Chavín y sobre todo en Recuay, de 100 a.C a 300 d.C. Y en Moche, con su emblemático “animal de la luna”. Con el que me identifico a vivir:
Y ustedes, ¿qué sienten ante la presencia fantástica de un dragón? Respondan escuchando dos canciones que se arraigan con otro recurrente del mito (que comentaremos más adelante): la doncella secuestrada o protegida por uno. Primero una canción de alguien con nombre especial: Robi Draco Rosa. Y otra de mis queridos libertarios de Attaque 77.
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