jueves, 11 de diciembre de 2008

sexo pudor lagrimas


Conversas con ella. Estás examinando cada uno de sus movimientos, intentado llevar a acabo una conversación inspirada. Ella tira su cuerpo para atrás. Te examina, te explora, te inspecciona. Sabes que una palabra, un movimiento, un guiño puede llevarte a la noche más desenfrenada de tu vida.

Su lengua repasa sus labios. Su cigarro, al que no le da ni una sola pitada, deja caer todas las cenizas. Sus dedos se tocan entre sí con suavidad. Sus piernas se entrecruzan y dejan ver sus muslos. Sus codos se apoyan en la mesa y te permite ver su escote. Sus ojos parpadean con delicadeza cada ocho segundos y nunca divaga, sino se mantiene siempre atenta a ti.


Tú, por el contrario, comienzas a mirar alrededor. Tu pie derecho repica contra el piso a gran velocidad, mientras bebes un poco de cerveza. Tus manos sudan. Las limpias contra la mesa. Ella va ganado la batalla. Te intimidan sus movimientos. Te amedrenta su mirada. Te acorralan sus gestos.


Necesitas proximidad. La mesa se convierte en un obstáculo kilométrico y, el cigarro, en el único nexo para sentir su piel. Cada vez que vas al baño tienes la oportunidad de mirarla a lo lejos y de tocarla cuando pasas cerca. Tienes que cambiar de posición y perspectiva. Tenerla más cerca. Propones salir. Huir de esa cárcel de gestos.


Una discoteca, una pista de baile, cualquier sitio tumultuoso en donde te puedas esconder en la muchedumbre. Ella se para frente a ti. Tú superas su espacio vital e inhalas su respiración. La gente te empuja en medio del baile. Tú casi no mueves tus pies, solo sigues el ritmo. Ella se contornea, mueve la cintura de manera desencajada y sus caderas se acercan a ti tanto como para no tocarlas. La retienes. No caes en la tentación. Le sonríes.


Encuentras el contacto físico gracias a un empujón. La tomas de la cintura con suavidad y ella se deja venir. Se queda cerca, muy cerca. No la sueltas más. La tienes de la mano cuando caminan entre la multitud. La tienes de la cintura cuando están sentados. Ella encuentra apoyo en tus piernas y tú en la banca de la barra. Acaricias con suavidad su espalda. Ella asiente.


Voltea de improviso, te mira de arriba abajo. Se recuesta en ti. Hueles su cabello. Pasas tu boca por su cuello, por su oreja y buscas sus labios. Ella voltea deliberadamente para encontrar tu boca. Recorres su mejilla hasta llegar a la suya. Ella entreabre la boca. Llegas al límite mismo. No la besas por uno, dos, tres segundos. Cuando se quiere ir, la besas con fuerza. Se acaba la batalla. El beso empieza con suavidad. Recorres sus labios con tu lengua. Ella muerde los tuyos. Sonríes. Se siguen besando. No hay gente en ese bar repleto. Solo sombras sin importancia.


Ahora la tomas de la cintura con fuerza y transitas su espalda con tus manos. Superas sus límites. Ella araña con suavidad tu espalda. Le rozas el trasero con los dedos. Ella acaricia tu nuca con una mano, mientras la otra recorre tu pecho. Respiras con fuerza. Ella aspira tu aliento. Un beso abierto grande y descomunal. Su saliva es tuya, su lengua también.


Salen despavoridos de ese antro de espectadores boquiabiertos. Llegan al auto. La ferocidad de sus movimientos aumenta. No importa el taxista. El asiento de atrás es casi una cama. Tu mano recorre todo lo que el público pedía. Sus pechos, su trasero, su cintura. Debajo de su blusa y encima de su ropa interior. Quiere subir sobre ti pero el espacio se lo impide. Respira con fuerza y da un pequeño gemido de placer, pero se detiene. Le gusta que la miren por el espejo retrovisor, pero su instinto de supervivencia la contiene.


Intentas abrir la puerta de tu departamento. Hace que te conviertas en un monstruo de cuatro brazos. Te besa el cuello con voracidad. Cierras la puerta de taco. La sacas de tu espalda y la traes frente a ti. La besas con potencia, como si quisieras entrar en su garganta. Ella responde con furia. Es un combate por el dominio. Ella te comienza a arrancar la camisa y tú le subes la falda.


La cargas mientras la sigues besando y la llevas a tu cama. Ella se apura en sacarte el pantalón, mientras tú la dejas sin blusa. Son un cúmulo de ansiedad. Quieren verse desnudos. Comienza el juego de extremidades. Tu mano recorre sus cavidades y la de ella, tus prominencias. Le susurras tu fantasía más deseada. Todas las sensaciones que tenías y que no podías decírselas. Todos tus apetitos, vicios y perversiones.


Ella responde sin tapujos e impone las licencias de su cuerpo. Se excita hasta la perdición. Ella domina los movimientos. Dejas que fuerce todas las situaciones, hasta que la detienes y la arrojas contra la cama. Cuando el cielo del cuarto está rojo y las sabanas están más blancas que nunca, manchas todo de rosa, fucsia, magenta, naranja, hasta llegar nuevamente al rojo vivo para terminar en el pálido blanco.


Momentos después recién piensas con lucidez. La observas. La recorres. La admiras. Por fin puedes escuchar sus palabras. Ella enciende un cigarro. Se lo quitas de los labios y la besas suavemente. Acaricias su rostro y la vuelves a besar, pero esta vez en la mejilla. Le sonríes sin saber porqué. Ella te responde con un pequeño beso. Se te escapa una lágrima

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