SOBRE LA SEDUCCION

¿Juego o - trillado- guión infalible?

Por Alberto Pacheco

Él quiere ir directo al grano. Ella quiere jugar, disfrutar el proceso. Más allá de la estereotipia (que al final existe por algo), para hablar de todas esas infinitas veces en que hemos visto a alguien intentar 'ligar' con otra persona, sería bueno aclarar qué demonios es la seducción.

Para el filósofo Jean Baudrillard, quien dedicó un libro entero al tema ("De la seducción"), el susodicho concepto no puede desligarse de los sentidos de la masculinidad y feminidad; y no se trata de hablar de hombres y mujeres, sino de lo femenino y lo masculino. La feminidad tendría que ver con la seducción, mientras la masculinidad con la producción. ¿Por qué?

La explicación no es tan jalada de los pelos. Mientras los hombres, por lo general, buscan ir al grano (soltar algún guioncito al paso y llevarse a la chica del brazo), las mujeres pueden pasar el tiempo en un agradable juego de indefinición.

Y es que la seducción tiene que ver con eso, con lo indefinido, con lo no dicho. Mientras el afán masculino --productivo-- se enfoca con un sentido de ganancia/pérdida, de inversión para conseguir algo, lo seductor es lo que pisa el terreno de ese consagrado jueguito del mira pero no toques; toca un poco, pero no pruebes; está bien, prueba, pero no vayas más allá. Es más bien una tensión juguetona, una constante negociación entre las partes.

Es ese 'espacio de lo no dicho' --de lo que no es obvio ni explícito-- lo que se hace seductor. Digamos entonces que la actitud de 'galán' y 'ganador', en la que eres del todo evidente, frente a una chica, en una fiesta, en la combi o en el patio de la universidad, no es necesariamente la mejor técnica para conquistarla.

Cuando seduce, la gente se mide constantemente, a ver quién da el paso en falso y desarma el juego. Se trata de ver cuánto se aguanta y hasta dónde se llega. Cuánto dejas seguir al otro y cuánto entregas tú, más que tenerlo todo claro y pensar solo en el final. Quizá por no entender eso, después se acusa a la gente de 'termo', perdiendo la posibilidad de pasarla bien --muy bien-- durante mucho más tiempo.

Habla

No me florees, varón

Kathy Subirana.

"Y jugar, por jugar, sin tener que morir o matar", como dice Joaquín Sabina. El juego de la seducción tiene --creo yo-- reglas (tácitas o explícitas, según las personas que jueguen) para evitar muertos y heridos. La cosa está en cómo se cumplen. Si se cumplen, claro.

Cierto, ellos suelen tomar la iniciativa y empezar el tira y afloja, con tácticas distintas, como "qué linda estás", para continuar con una serie de frases que empiezan a acompañarse de miradas, gestos, silencios, depende de cómo va respondiendo la 'afanada'. Lo de "las mujeres ponen los límites" suele ser cierto, pero los límites ¿ceden? ¿hasta dónde y cómo? ¿Y ellos qué estrategias usan para conseguirlo?

Desde "te invito un Halls", hasta "no estoy afanando a nadie más", las variantes son infinitas. Y las respuestas de las chicas, si no incluyen un rotundo No (que algunos tercos o desesperados no terminan de aceptar), también son estratégicas, son parte del juego, cuyas reglas funcionan hasta que alguien unilateralmente las rompe.

La regla que suele ser rota es la que ellos más cuidan de no dejar en claro: ¿El juego es inclusivo o exclusivo? ¿O todo queda en juego o puede convertirse en algo serio? No dejar esas cosas en claro contempla la probabilidad de reportar posteriormente daños y perjuicios para una de las partes. Y ahí, aunque nunca falte quien por querer dársela de vivo siga inventando frases melcocha, en el afán de no perder al objeto del deseo. el juego perdió la gracia, y es momento de decir: "Lo siento, 'darling', pero a mí, no me florees".