miércoles, 5 de noviembre de 2008

Me siento a escribir una vez más sobre el reconocimiento y lo importante que es, tanto darlo como recibirlo, en nuestras vidas personales y profesionales, y en lo primero que pienso es en mi mamá. Recién puedo escribir sobre ella, quince meses después de que se fue. Y la recuerdo a propósito de este artículo ya que la primera llamada que recibía los martes temprano, como hoy, cuando mi artículo salía publicado en la edición impresa de El Comercio, era la suya. Y extraño tanto esa llamada...

Ella siempre me daba su opinión sobre lo escrito y, siendo mi madre, casi siempre tenía palabras de reconocimiento y orgullo. ¡En eso las mamás son insuperables! Quién sino nuestra madre para decirnos palabras que llenan el alma, que nos hacen sentir bien, que nos animan a ser mejores y a esforzarnos más. No voy a hablar de sus enormes cualidades, de su aguda inteligencia o del enorme afecto que nos unía, aunque sí podría decirles que no siempre se lo dije así, y de eso todavía me arrepiento.

¡Es tan difícil reconocer al otro! Muchas veces cuando escucho a los deudos hablar cosas gratas sobre un difunto, me pregunto si se las decían cara a cara cuando vivía. ¡Seguro que le hubiera gustado escucharlas!

Conozco gente generosa que no siente incomodidad de reconocer los méritos, logros o avances de los demás con honestidad y nobleza. Son los mismos que no temen dar críticas constructivas cuando la situación lo amerita. Aquellos que lo hacen así tienden a ser personas respetadas y estimadas que contribuyen muchísimo al buen clima laboral de sus áreas y a retener a su mejor gente. Y creo que es así porque se necesita de mucho coraje y seguridad para atravesar las barreras del ego y tocar el espíritu del otro con palabras sinceras de reconocimiento. ¡Esas palabras que todos sin excepción necesitamos escuchar, aunque algunos no lo acepten!

Pero, como digo, a muchos nos cuesta dar reconocimiento frecuente. Y eso es más común de lo que debería. Lo veo en muchas sesiones de 'coaching', cuando animamos a los líderes a reconocer más a su gente, en público y en privado y nos encontramos con cierta resistencia a hacerlo, por incomodidad o falta de costumbre. Algunos incluso objetan la idea poniendo excusas, entre ellas que en el Perú no es práctica común.

Pero eso, felizmente, está cambiando también a nivel de la sociedad. Hace poco, abrí El Comercio y sentí la grata sensación de constatar que la práctica de reconocer los méritos de otros en distintos ámbitos es cada vez más común. Y, es justamente desde la página de Ejecutivas que se publica todos los martes en la sección Economía y Negocios, donde esa semilla también empezó a crecer, para mostrarnos hoy como una nación más madura y generosa, capaz de reconocer su grandeza expresada en victorias personales de cada quien. ¡Es un cambio para mejor!

Y es que nada estimula más que el reconocimiento: mejora nuestra visión sobre nosotros mismos, contribuyendo a desarrollar y liberar nuestro potencial. Nos impulsa hacia nuevas metas que nos descubrimos capaces de lograr. Nos hace desear ser mejores.

Para Geraldine, una gran mujer y mejor mamá.

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