Siento una mezcla de sensaciones y recuerdos que no sé cómo exteriorizar, así que he decidido escribirlos. Alguna vez escuché decir que escribir una vivencia es como mandar al depósito aquello que ya no quieres recordar más.
Cuando me enteré de que en Buenos Aires se iba a realizar el primer festival de rock peruano, me emocioné mucho, sobre todo porque Mar de Copas iba a venir. ‘Mardeco’, como le digo, es mucho más que un simple grupo; es Pueblo Libre, mi primera enamorada, la universidad, muchas cosas.
Tema aparte es mi novia. Ella es argentina y llevo tres años atornillándole la cabeza con la música de 'Mardeco'; hasta que le empezó a gustar, al punto que mis discos en vivo ya no los tengo más porque pasaron a ser parte de su colección musical.
La previa a dicho festival venía complicada: Buenos Aires viene soportando una de las más calurosas primaveras que se recuerda. Las temperaturas sobrepasan los treinta grados y el miércoles no tuve mejor idea que dormir con el ventilador a full y las ventanas abiertas. Las consecuencias eran lógicas: un dolor de garganta descomunal y una congestión nasal que anuló mi nariz por completo. Faltaban tres días para el tan esperado concierto y yo me resfriaba.
Tomé la determinación de tomar varias pastillas para hacer que ese resfrío se vuelva pasajero a la fuerza. Eran tantas mis ganas de ir al festival que, una noche antes, rechacé la invitación de un amigo para tomar unas Stella Artois (cerveza parecida a la Heineken) con tal de no faltar al evento.
Ese sábado fue bastante pesado. Estuve toda la mañana y gran parte de la tarde en una capacitación que hizo la empresa donde trabajo, cuando normalmente solo se va mediodía. Pero no importaba, faltaban solo horas para reencontrarme con parte de las cosas que dejé hace tres años en mi querida Lima.
Cuando salí de trabajar solo faltaban tres horas para que empezara el festival. Ya no iba a regresar a mi casa, que queda a una hora en tren en la parte norte del Gran Buenos Aires (así se llama la zona, no es que la enaltezca), así que decidí quedarme dando vueltas en la capital, descontando que el lugar de la capacitación estaba solo a algunas cuadras del local del concierto.
Caminaba y caminaba. Me metí a un Mc Donald’s a revisar algún diario y matar el tiempo. Mi novia me iba a dar el alcance en el mismo local porque salía de trabajar casi a las diez y yo no me quería perder ni un minuto.
Finalmente llegó la hora. El local estaba bastante bueno. Era amplio, con baños limpios y aire acondicionado. Diez sobre diez en ese aspecto. Cuando entré aún no estaba muy lleno, la gente comenzaba a llegar mientras sonaba música de Libido y TK, entre otros grupos peruanos.
Había pasado mucho tiempo desde que no escuchaba algunas canciones. Una vorágine de recuerdos invadía mi cabeza: la playa, fiestas patrias, año nuevo en Máncora. Estaba solo, apoyado en una mesa con una cerveza en la mano y mirando a la nada, como cuando te quedas en blanco pensando. La noche se animaba y entraba más gente, todo indicaba que el concierto iba a salir bien. Pocos minutos después llegó mi novia, también con la ilusión de ver a Mar de Copas.
Me dio mucho gusto ver que había un par de grupos locales, es decir peruanos residentes, que sonaban bastante bien. Tocaban covers y uno que otro tema propio. (Ojalá algún día suene en el dial argento algún grupo nuestro). Mi novia fue identificando algunos de los temas que había escuchado en todo el tiempo que tenemos de relación.
Un grupo tocó "Extraños" de Dudo. Mientras los más chicos no sabían qué canción era, otros chicos como yo, vale decir de treinta y algo más, delirábamos. Hacía mil años desde que escuchaba esa canción y me acordé de Miguel Milla y su programa “Hits”.
El invitado de la noche fue Miky González, quien fue aplaudido tanto o más que Mar de Copas. Canciones como “Lola” y “Dímelo” hicieron rabiar a la gente, todos saltábamos muy identificados. No sé por qué solo tocó cuatro temas antes de irse y dar paso a las estrellas de la noche.
Verlos bajo esa luz hizo que retrocediera en el tiempo. Me sentía en Barranco, en “La Noche”. Tenía la pequeña esperanza que al salir de allí estaría en el Boulevard, tomaría un Tico amarillo -previa negociación del precio del viaje- e iría a casita; al día siguiente desayunaría con mis viejos pan con chicharrón y un buen café, y luego hojearíamos y comentaríamos “El Comercio”. Pero no, estaba acá, en mi nueva realidad, donde soy conocido como “Perú” o “Pepe”, por la P de Perú.
Empezaron los MDC, sonaban igual o mejor que antes. Estaba disfrutando a mil el concierto. Creo que mi novia nunca me había visto saltar tanto, parecía que tenía resortes.
Las “lentas” del grupo no podían faltar. Estaba con mi novia en una parte donde, a pesar de que había regular número de personas, teníamos espacio. Delante de nosotros solo había tres chicos que, como todos, tomaban cerveza y aparentaban disfrutar de la presentación.
Estaba abrazando a mi novia cuando vi que una mano se metió en su jean y le sacó el celular. Una de las virtudes que desarrollé en Lima y que aún no he perdido es el estado permanente de atención que tenemos todos los limeños, que hace que todo el tiempo te estés cuidando las espaldas y que, por ejemplo, agarres tu celular con mucha fuerza cuando vas conversando y caminando por la calle.
Mi brazo fue más rápido que el del delincuente. Con un golpe certero hice que el teléfono cayera y no pasara a ser patrimonio del sujeto. Uno de sus compinches trató de levantarlo y se lo arrebaté. Lamentablemente, la noche había acabado para mí y, obviamente, para los tres delincuentes.
¿Qué nos pasa? ¿Por qué somos así? Somos del mismo país y estamos lejos de él. Sea cual fuere el motivo que hayamos tenido para salir de donde nacimos, ¿por qué nos hacemos daño?.
Acogoté a uno de los delincuentes mientras mi novia conseguía que alguien de seguridad saque al grupito de vividores. Los forcejeos empezaron y la gente miraba. Uno de ellos le dijo a mi novia: “Flaca, no te hagas dramas. Te compras otro”. Osea, ¿porque le vio un teléfono caro cree que tiene para comprarse diez más? No creo que las cosas sean así.
Mientras los tres tipejos intentaban pegarnos a mi novia y a mí, la seguridad trataba de sacarlos por una escalera. Era una situación de tensión y mi novia estaba nerviosa. En medio de todo eso sonó una frase que cortó el aire, algo así como una Hattori Hanzo de Kill Bill: “¿Qué se iba a esperar? Son unos peruanos choros”. Volteé la mirada y mi novia saltó a mi cuello, me pidió perdón con los ojos llorosos y, enseguida, sentí un puñetazo en la mejilla izquierda.
No la culpo por la frase, tenemos una fama de M en este país. Cuando veo las noticias y me entero que en el bajo Flores han detenido a una banda de narcotraficantes, en mi cerebro empieza la cuenta regresiva para escuchar la palabra “peruano”.
¡Qué ánimo de joderme la noche! Extraño muchísimo a mi país y esa noche, de alguna forma, quería sentirme cerca y que mi novia conociera en carne y hueso a Wicho y compañía, y me golpearon literalmente la ilusión. Las ganas de quedarme eran nulas, fuimos al guardarropa, sacamos nuestras pertenencias y nos fuimos.
Caminábamos en silencio por las calles vacías del microcentro porteño (un dato curioso: esa noche fue una de las mas frías en las últimas dos semanas), “Perdón, Carolina”, fue lo que me salió. Ella no sabía por qué le decía eso. Estaba agradecida porque había recuperado su celular, había sido el héroe de la noche. Más que ‘perdón’, tenía vergüenza por lo que había pasado. He ido a fiestas colombianas con compañeros de la universidad que son de ese país y nunca había visto eso. ¿Por qué los peruanos no podemos divertirnos sanamente? Siempre esté el “vivo” que quiere hacerse el “bacán” de la noche robando algo.
Lamentablemente, esa es la imagen que vende nuestro país acá. Pero también están los buenos, los que dejan su lindo Perú para estudiar, para trabajar, para tener la oportunidad que nuestro país nos debió dar.
Aún así, a pesar de eso y con toda la mala fama de por medio, “VIVA EL PERÚ”. Estoy orgulloso de ser de un país tan grande y tan hermoso como el que me vio venir al mundo. Y si tuviera que volver a nacer, sin dudarlo elegiría el Perú.