viernes, 9 de enero de 2009

La Victoria esta en la calle


La calle es de los gatos bohemios, que van detrás de algunas pisadas, buscando algo para comer. Y es de los perros, vagabundos por naturaleza, que se amoldan a esta sociedad de gente apurada, bocinazos, cambistas, vendedores de lotería, o sea, cantadores de sueños e ilusiones. La calle es de los jóvenes, quienes, felices por el solo hecho de ser jóvenes, provocan barullo en las esquinas, programan citas para el sábado venidero, hacen grandes globos con sus chicles, exhiben unas nuevas prendas de vestir y se ríen a carcajadas de sus ocurrencias. Yo miro a los chicos, y me siento doblemente feliz. En realidad, soy feliz cada día de mi vida, pero verlos entretenidos en sus inocencias, me reafirma, digamos, en mi diaria alegría.



La calle es de las mujeres que van de compras y se quedan mirando aquel juego de tazas de procedencia china exhibido en los escaparates. Ah…, en las damas se despierta tanta curiosidad cuando entran en una boutique: “¿Me quedará bien aquel camisón rojo?”, se preguntan. “Pues es probable que no, porque a los hombres les gusta más el color negro”, se responden automáticamente”. El caso es que salen de la casa de compras con un camisón verde pálido. Así son. Los hombres no las entienden, pero las aman con locura.
La calle es de los policías, que no hacen mayor cosa, pues es un peligro de alto voltaje andar por las veredas de Asunción con un celular a cuestas. Dicho sea de paso: ¡Muy exitosa la iniciativa de apagar los celulares! Eso se llama aprender a organizarnos para mandar al diablo la delincuencia.
La calle es el sitio donde la gente se pelea. Observas a dos tipos conversando tranquilamente, con los puchos prendidos, y de repente, zas, por culpa de una frase mal parida, de un suspirado feamente disparado, ya están metiéndose moretones, trompada tras trompada.
En la calle se gesta la vida. Y el amor. Ocurre que va una mujer caminando (solo basta que camine) y un hombre, recostado sobre su soledad, le dice unas palabras bonitas. Una luz, una chispita de fósforo se prende en los corazones de ambos, y van a tomar, ligeramente mareados por el mutuo flechazo, una bebida en un barcito. Si las calles hablaran y contaran sus historias de amor, cuántas páginas escribirían.

La calle es de los periódicos. Cuántas veces, bajo el viento sur o el viento norte, suelo observar a los hombres, sentados sobre los bancos, leyendo las noticias del día.

¿Qué noticias? Pues las que hacen alusión a los robos perpetrados por los gobernantes mafiosos, por ejemplo. “Fijate, che, este político no tenía dónde caerse muerto, y desde que se hizo oficialista lleva la gran vida. Es un concejal municipal y gana doce millones; la gran p…”, comenta un lector a otro.

La calle es para ir a protestar contra los innumerables atracos cometidos por el Gobierno. No digo salir a hacer la violencia. No. Es para salir, con la bandera paraguaya, a manisfestar la indignación pública. La calle es del pueblo, este pueblo que, sumiso, se deja pisotear al santo botón. A salir a la calle, hombres y mujeres. La inteligencia del Paraguay se mira por sus actos. Si todos nos volvemos pasivos, los gobernantes ladrones nos empobrecerán hasta volvernos mendicantes.

Si esperamos, sentaditos nomás, que las cosas cambien, tendremos más pobreza y corrupción todavía. Ya pasó el tiempo de las quejas puertas para adentro. No pequen de cobardes, lectores. ¡¡¡A la calle todos, con la bandera paraguaya !!!

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