jueves, 9 de septiembre de 2010

Soy Blanquiazul

Llegó el momento. Este jueves Alianza Lima tiene una cita con la historia tras un duelo de ida para el olvido jugado en el estadio de Matute, que lució sencillamente espectacular y con un majestuoso lleno de banderas. El resultado fue negativo, pero nada (léelo bien) va a dañar este dogma blanquiazul. Te lo digo en cristiano y como buen aliancista: “Yo tengo fe”.

La fe nadie la desaparece y la esperanza, como bien sabemos, es azul y blanca. Y es que en cuestión de creencia, en cuestión de arraigo, de fe, de apoyo, de aliento y de sentimiento, nadie nos gana.

Nos somos un equipo, somos un pueblo. No somos cualquier barra, somos una hermandad. No son once los blanquiazules que van al frente, somos más de la mitad del país que se alista para esta batalla.

No me vengan a hablar de amor, porque yo soy de Alianza y el amor lo vivo a flor de piel. Porque esta camiseta me enseñó a dejar la garganta y el corazón desde muy chiquito. Porque cuando daba mis primeros pasos, allá a comienzos de los años 80’, ya escuchaba hablar del ‘equipo del pueblo’, de sus glorias, de su fútbol, de su alegría y todo niño siempre quiere estar alegre.

Nadie, ni un chileno, ni un argentino, ni el brasileño más pintado, puede enseñarme lo que luchar por un amor o sufrir por el mismo, porque no me es ajeno el llanto de nuestra gente en 1987, porque una madre, que bien pudo ser la mía, lloraba a rabiar la desaparición de uno de sus hijos que tuvo el privilegio de llevar en su pecho la camiseta que escogí con orgullo por decisión propia.

Nadie me va a contar que el amor te trae alegrías. Yo esperé mucho por mi primera gran felicidad porque no podía ver a mi equipo campeón. Los rivales se burlarán, se reirán, se regocijarán, pero no sintieron como yo cuando en 1997 viví mi primera vuelta olímpica con Alianza. Porque una cruz en el campo, una hinchada ferviente alrededor y una tarde soleada me describieron el sentimiento perfecto. Tengo la testosterona suficiente para reconocer mi larga espera, pero supe desde entonces que el amor es uno solo y no entiende de resultados.

Nadie me va a hablar de fe, porque le di la cara a la misma muerte, porque tuve los huevos para enfrentarme a la baja, porque un año después peleamos el campeonato y porque ahora soñamos con la gloria continental.

Ningún mediocre va a venir a desinflarnos la llanta. Yo nací peruano, yo siento orgullo de mi gente, porque acá el ingenio y el sudor son nuestras principales armas y me cuesta creer que existen enanos mentales que se dividen y desean el mal a los demás sin importarles los lazos de unión. A mí no me hables de unión, eso lo aprendí en la tribuna con el negro, el cholo y el gringo, porque todos unidos le cantamos a nuestro Alianza Lima.

No me asusta Santiago. No me asusta Chile. No me asusta el estadio Monumental, ni el de allá, ni el de acá. Corazón me sobra y la valentía la demostramos día a día, porque vivimos aliancistamente.

La camiseta no me la quito nunca. Tu nombre lo llevo en mi mente, lo tengo en la boca, lo siento, lo grito, lo alabo, lo admiro, lo amo. Aliancista, levanta la cabeza, mira al cielo, mira lo que nos quitaron, mira lo que se nos dio, observa a toda tu gente, recuerda tus banderas, recuerda los cánticos, sacúdete el polvo de la derrota, infla el pecho, siente latir tu corazón, grita tu propio nombre y vamos a luchar. Este sentimiento no es para cobardes, en las buenas te quiero y en las malas te amo.

Si eres aliancista, mujer o varón, sabes perfectamente que nos une un fuerte lazo sin llevar la misma carga genética. Ese lazo corresponde a una parte inexplicable de este sentimiento, a la cuestión de fe que nos hizo tan populares desde 1901. Tal vez yo sea menor que tú, tal vez sea mayor, eso es lo de menos, porque los dos sabemos exactamente que gran parte de nuestra existencia se resume en dos palabras: Alianza Lima.

Somos Alianza y sabemos bien que no es blanquiazul aquel que no haya llorado, aquel que no haya sufrido…

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