sábado, 23 de mayo de 2009

Desafios

¿El pájaro está vivo?

El joven estaba concluyendo su periodo de preparación, y muy pronto pasaría a enseñar. Como todo buen alumno, necesitaba desafiar a su profesor, y desarrollar su propia manera de pensar. Así que capturó un pájaro, lo agarró con una mano, y lo llevó hasta él:

-Maestro: ¿este pájaro está vivo o muerto?

Su plan era el siguiente: si el maestro dijera “muerto”, él abriría la mano y el pájaro se echaría a volar. Si la respuesta fuese “vivo”, él lo aplastaría entre los dedos. De esa manera, el maestro siempre estaría equivocado.

-Maestro, ¿el pájaro está vivo o muerto? – insiste.

-Mi querido alumno, esto va a depender de ti – es el comentario del maestro.

El aprendiz indeseable

-No tenemos puertas en nuestro monasterio –le comentó Shantih al visitante.

-¿Y qué pasa con las personas inoportunas, que vienen a perturbar la paz del lugar?

-Las ignoramos, y acaban marchándose.

-¿Nada más? ¿Y eso da resultado?

Shantih no respondió. El visitante insistió algunas veces más. Viendo que no obtenía respuesta, resolvió partir.

“¿Has visto como sí que funciona?”, se dijo Shantih, sonriendo.

El yogui y el loco

Nasrudin, el maestro loco de la tradición sufí, pasa frente a una gruta, ve a un yogui en plena meditación, y le pregunta lo que está buscando.

-Observo los animales, y he aprendido de ellos muchas lecciones que pueden transformar la vida de un hombre – dijo el yogui.

-Enséñame lo que sabes, y yo te enseñaré lo que aprendí, pues, en cierta ocasión, un pez me salvó la vida – responde Nasrudin.

El yogui se queda asombrado: si un pez salvó la vida de aquel hombre, debe tratarse sin duda de un santo. Decide, por tanto, enseñarle todo lo que sabe.

Cuando termina, le dice a Nasrudin:

-Ahora que te he enseñado todo lo que sé, sería para mí un honor escuchar la historia de cómo un pez te salvó la vida.

-Fue sencillo. Yo estaba casi muriéndome de hambre cuando lo pesqué, y gracias a él conseguí sobrevivir tres días.

Iluminación en siete días

Buda afirmó frente a sus discípulos: el que se esfuerza, puede alcanzar la iluminación en siete días. Si no lo consigue, sin duda lo logrará en siete meses, o en siete años.

Un joven se propuso conseguirlo en una semana, y quiso saber cómo debía actuar. “Concentración” fue la respuesta.

El joven empezó a practicar, pero diez minutos más tarde ya se había distraído, y consideró que no estaba perdiendo el tiempo, sino habituándose consigo mismo.

Un buen día decidió que no era necesario llegar tan rápido a su meta, pues el camino le estaba enseñando muchas cosas.

Y fue en este momento cuando alcanzó la iluminación.

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